LOVE STORY DE DOMINGO
Posted octubre 19, 2009
on:Con el premontaje ya acabado (gracias Elena, ¡eres muy grande!), el domingo me vio amanecer con dos mantas encima de la colcha y las bacterias del catarro en proceso recesivo. Pili me despertó (ella también con su trancazo correspondiente), mi abuelo, igual de enfriado que yo, no podía mover las piernas y había tenido que desayunar en la cama.
Tampoco es algo tan inusual, el yayo Daniel es muy mayor y esto le pasa siempre que está bajo de defensas. Sólo significaba que tendría que estar un poco más pendiente de él hasta que volvieran mis padres.
Pili se marchó, a curarse lo suyo. Yo me quedé frente al ordenador. Intenté ver el corto una vez. No pude. No había suficiente distancia como para aguantar un visionado completo. Un par de mails y un paseo para comprar el pan. Volví a casa y mi abuelo seguía en la cama, sin hambre. Paciencia.
Ya eran las seis menos cuarto cuando le convencí para que comiera algo y bebiera agua. Calenté las lentejas, preparé una bandeja y me senté con él en la cama, a sujetarle la espalda mientras se esforzaba por no derramar el contenido de cada cucharada. Conforme iba tragando le iba mejorando el color. Un Membrado que come es un Membrado un paso más lejos de la tumba.
«Abuelo, ¿sabes por qué he estado tan liada estos días, que no he hecho más que venir de Madrid y no parar en casa?». Obviamente, el yayo Daniel andaba muy intrigado. Le expliqué lo del corto. Le expliqué qué era un corto, cómo me había currado el proyecto y había pedido la financiación, cómo se hacía, etc. Mi abuelo escuchaba con atención, mientras tragaba lentejas. «¿Y eso para qué te sirve?». Entonces fui yo la que tragué. Saliva. Pero la explicación me quedó casi redonda. Le dije que demostraba mi iniciativa, mi capacidad de organización y de trabajo en equipo. Le dije que además era una experiencia alucinante, que había podido trabajar con gente estupenda y que había aprendido muchísimo. Le conté que su hija actúa en la peli. Le dije que sobre todo me había servido a mí, para sentirme capaz de hacer cosas por mí misma y para ver que puedo afrontar los retos que me proponga.
«Eres muy valiente». Siempre que me dice eso tengo que respirar hondo y aguantar las lágrimas. Yo no he tenido que coger un fusil, no he emigrado por necesidad, no he pasado hambre, no he vendido todo lo que tenía para irme a la ciudad a empezar de cero… Pero según mi abuelo, soy valiente. Pequeña en estatura y en edad (desde su perspectiva, claro está), pero valiente.
Como ya nos habíamos metido en vereda emocional, me preguntó por mis amores. Bien, gracias. «Mientras tú estés contenta, haz lo que te parezca». Mi abuelo siempre ha sido genial con estas cosas, no me inculca ese temor femenino, tan a lo Bridget Jones, a acabar sola y devorada por pastores alemanes (¡mis perros favoritos!). «Yo tuve mucha suerte con tu abuela». Y me cuenta por enésima vez, su historia. Estoy preparada para escuchar, sonreir, asentir y reirme en los momento adecuados. La conozco de memoria y la disfruto siempre como la primera vez.
Resumiendo: chico de un pueblo de Teruel conoce a chica el día del bautizo de esta (mi abuelo tenía cuatro años). Pasa el tiempo, una guerra civil y mi abuelo está en la mili. Un permiso, una verbena de pueblo. La saca a bailar una vez, espera unos turnos, la vuelve a sacar. Al día siguiente la saluda y unos días más tarde, ya desde Olot, le escribe la primera carta. Cuatro años de noviazgo, la boda, una familia y toda la vida ganando pequeñas batallas cotidianas. Nietos, la enfermedad de mi abuelo. Mi abuela muere hace ahora casi diez años. El yayo Daniel se queda un poco más solo, pero seguimos estando los demás.
Una historia que tal vez sólo sea especial para los que la hemos vivido, para los que hemos tenido y tenemos el privilegio de aparecer como figurantes, secundarios y hasta protagonistas en algunas de sus escenas. Una historia que desde luego es muy importante para mi abuelo, es la historia de su vida. Y también es importante para mí, ya que sin todo ese cúmulo de casualidades, sin esa realidad que aplasta y te empuja a seguir adelante, una servidora no estaría aquí dando por saco y con ganas de seguir con esta pequeña revolución diaria.
Gracias, abuelo. Por hacer de tu historia la mía y por darme la posibilidad de seguir contando.
noviembre 1, 2009 a 2:52 pm
en tres palabras: pelos de punta / piel de gallina!!