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EL REY DE MIS MAÑANAS
Posted septiembre 25, 2008
on:- In: crítica TV
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Hay muchas cosas que alabar a Pocoyo, a los que la seguimos hace tiempo se nos llena la boca fácilmente. Que si es, a partes iguales, educativa y entretenida. Que si la caracterización de los personajes es absolutamente acertada y encantadora. Que si es un producto tierno, sin llegar a ser ñoño. Que si es producto nacional. Que si demuestra que las coproducciones funcionan. Que si tiene unos orígenes humildes y ha conseguido hacerse con el público infantil y adulto de todos los países en los que se ha estrenado. Que si narrativamente es clásico, pero visualmente innovador, y al revés. Que si tiene reminiscencias del cine mudo, de la animación de la industria de europa oriental y nórdica, de Barrio Sésamo… Y así podría seguir durante veinte capítulos de esta maravilla (los cuales, por cierto, no exceden los seis o siete minutos de duración, otra de sus virtudes).
Durante las dos temporadas con las que nos ha obsequiado, ha habido momentos muy grandes. Son ya clásicos de Youtube episodios como «El Baile de Pocoyo» (posiblemente mi favorito) o «No tocar». Pero hay más joyas colgadas, como esta de aquí abajo. “Me parto de Risa” es uno de esos episodios 100% Pocoyo (se lo dedico a Pierre, creo que hemos encontrado a tu gemelo pocoyense en Pulpo).
http://www.youtube.com/watch?v=za4mta7vcIo
¿Y qué hace a un episodio 100% Pocoyo? Sirva de ejemplo esta joya de la segunda temporada en forma de sinopsis: Pato y Pocoyo cogen el bamoosh para darse una vuelta por la galaxia. Pocoyo, qué raro, resulta ser un piloto un poco torpe y estropea la nave dejando caer una pieza en un planeta desconocido, en el que los dos pasajeros se ven obligados a aterrizar. Una superficie lunar amarilla les da la bienvenida, todo está tranquilo para Pocoyo… aunque Pato percibe algo distinto, ¡alguien les está siguiendo! Tras varios minutos de paranoia y consabida mofa, el pastel se descubre: ¡hay un extraterrestre! El Señor Extraterrestre en cuestión es un pequeño objeto mecánico naranja, con un ojo y un cajón-boca del cual saca la pieza perdida y un ramo de rosas rojas para Pato. No hay motivo para asustarse entonces, el marciano solo quiere ayudar y hacerse amigo del reconcentrado sidekick de Pocoyo.
Este canto a la amistad, a la aventura, e incluso (tal y como yo lo interpreté) al amor gay (estoy convencida de que aquel marciano tuvo un flechazo con Pato), consigue entretener y alimentar la inteligencia de miles de pequeños seguidores y, además, plantea diversión, reflexión y satisfacción a muchos de nosotros ya adultos.
Reconforta pensar que es posible crear, arriesgar y regalar al mundo una obra de arte como Pocoyo. Y sobra decir que, si esta afirmación no estuviera completamente fuera del espíritu pocoyense, yo mataría por trabajar en un proyecto así.
¡Bravo por Pocoyo! ¡Bravo por la audiencia infantil! ¡Bravo por todos los que creemos en la televisión inteligente!